María José Fernández y Amador García Compañeros, antes en la Caja y ahora disfrutando juntos de la vida |
Cuando recibimos la invitación para ser los cronistas de este viaje María José y yo no teníamos muy claro qué haríamos, pero una vez finalizada la excursión entendimos que sería conveniente contaros cuales fueron las emociones y sensaciones que habíamos experimentado. Estas fueron las más relevantes:
El otoño ya había anunciado su llegada pero, desde bien temprano, antes de salir a la calle, la sensación era otra. La niebla lamía las colinas jugueteando con ellas, escondiéndose, buscando las sombras y el fondo de los valles para que el sol no la encontrara. En el cielo el color azul comenzaba a dominar.
Con el fresco posándose en nuestras espaldas fuimos al encuentro de nuestro reducido grupo de compañeros de viaje y, al encontrarnos, completábamos los saludos diciéndonos:
“Vamos tener buen día”
Con esta agradable sensación y en tan buena compañía el microbús nos acerca al corazón de las cuencas mineras, a poca distancia de nuestros hogares.
Allí desde hace cien años hasta no hace tanto, el entorno bullía de gente que entraba y salía de las jaulas de los pozos mineros y realizaba su vida en los valles. Hoy algunas de aquellas instalaciones están calladas.
Nuestro ánimo se recubre con una pátina de respeto, admiración y gratitud cuando llegamos al centro de recepción del ecomuseo en la estación de El Cadavíu, en Ciaño.
En la actualidad la situación es muy diferente. Los recursos que daban vida industrial se fueron agotando y, al igual que sucede en tantos lugares como este, donde antes había gente trabajando ahora hay gente mirando y escuchando las explicaciones de los guías turísticos que nos aproximan a una realidad simulada. El bullicio lo ponemos los turistas.
La recuperación de una trinchera de ferrocarril que transportaba el mineral desde las minas del alto Samuño hasta el valle del Nalón nos permite a los visitantes del Ecomuseo subirnos a un auténtico tren minero y recorrer el viejo camino del carbón.
Mientras vamos atravesando “el socavón Emilia”, dentro de una mina real, la empatía nos hace esforzarnos para que imaginemos que somos uno de aquellos obreros, pero….. ¡Misión imposible! Una mezcla de ruidos, humedad, oscuridad y soledad nos hace encoger el ánimo y pensar en el miedo. La experiencia terminaba convirtiéndose en un asunto muy serio y no pudimos completarla.
Expresamos nuestra admiración por aquellos valientes que se vieron en la necesidad de tener que convertirse en mineros.
Al final del recorrido, en el embarque de la primera planta del Pozo San Luis, a treinta y dos metros de profundidad, un ascensor nos lleva al exterior por la caña del pozo donde antes estaba la “jaula”, artilugio que servía tanto para personal como para mineral, y que estaba construido de tal manera que se veían las paredes de la caña del pozo cuando se movía por ella. Daba escalofríos sólo con imaginarse una bajada al tajo.
Un precioso día de sol nos recibe e ilumina los edificios rehabilitados y el castillete del pozo, situados en las inmediaciones del pueblo de La Nueva, que mira al futuro con la esperanza de que la vida en el valle vuelva a ser bulliciosa y alegre.
Cuando ascendemos a la Colladiella nos acordamos de los beneficios que los empresarios pudieron haber obtenido con la explotación de las minas de carbón en los valles mineros y observando las infraestructuras que hay en el entorno no podemos dejar de preguntarnos si realmente hubo generosidad y gratitud por parte de quienes obtuvieron los dividendos.
Elegimos volver andando hasta el Cadavíu para poder disfrutar de esta naturaleza, tan exuberante como relajante, acompañados de los sonidos del “regueru” y de los “paxarinos”.
En el alto de la Colladiella hay dos monumentos: Uno para los “maquis” y otro para los mineros. Dos colectivos luchadores por la paz, la libertad y un mundo más humano y justo.
Solidaridad en estado puro.
A medida que se acercaba la hora de comer todas las sensaciones se concentraban en la zona abdominal. No podíamos dejar de pensar en el arroz con marisco y el cordero a la estaca que nos habían prometido.
Las expectativas se cumplieron y Casa Migio templó nuestra ansiedad.
De vuelta a casa una “voz en off”, bien conocedora del valle de Turón, nos fue relatando los nombres de los parajes y localidades que nos encontrábamos con salpicaduras de anécdotas relacionadas con algunos oriundos por todos conocidos.
Realmente tuvimos un buen día.
María José y Amador