José Manuel Ojeda López Amigo del Club de Viajes |
Tratar de descubrir un país como China, con 1.300 millones de habitantes, 56 etnias, donde se hablan al menos 13 lenguas diferentes y que cuenta con varias de las ciudades más pobladas del mundo en 17 días, es un objetivo temerario, manifiestamente imposible. Resumir un viaje como el nuestro en tres o cuatro páginas es un reto con parecidos niveles de dificultad que se aborda, únicamente, por el placer de recordar tanta belleza y tantos sitios singulares como los que tuvimos la fortuna de visitar.
Temíamos que los efectos de la globalización se notaran en el país y los temores parecían fundados ya, desde el momento mismo en que tomamos tierra en el aeropuerto de Beijing, obra de Norman Foster y de factura por tanto, occidental. De camino al hotel comprobamos que los antiguos uniformes maoístas y las bicicletas habían dejado paso al automóvil (en la capital se venden 3.000 coches al día) y a la forma de vestir occidental. Sin embargo, la pugna entre tradición y modernidad, no está totalmente decidida a favor de esta última y ocasión tuvimos de disfrutar de muchas muestras de la historia, tradiciones y paisajes singulares de este extraordinario país.
Comenzamos a descubrir la capital con el monasterio de los Lamas y la increíble estatua de Buda hecha en madera de sándalo y de una sola pieza, pero el viaje de ida había sido agotador y dejamos para el día siguiente la visita a fondo de la ciudad.
El sábado 18 fuimos descubriendo las joyas de Beijing. La plaza de Tian An Men y la Ciudad Prohibida, ésta última es el mayor complejo de estructuras de madera de todo el mundo con sus 9.999 habitaciones, que son dos de los emblemas de la ciudad. No menos sugerente nos pareció el Palacio de Verano. El largo corredor con 14.000 pinturas en su interior y el Barco de mármol llamaron nuestra atención. El primero pasa por ser la más grande pinacoteca del mundo al aire libre y el segundo es para los pequineses el símbolo de la corrupción. La emperatriz Ci Xi, a finales del s. XIX, había detraído fondos de la marina para su construcción.
Mención aparte merece la gran muralla. Visitamos el tramo de Juyongguan y a pesar de la niebla sentimos el magnetismo que generan los sitios especiales como éste y que es expresión de las potencialidades y dinamismo del pueblo chino. El repaso a la zona monumental se completaría con el Templo del Cielo y sus espacios sagrados de manifiesta significación astral.
Hubo tiempo para asistir a la ópera y para degustar el pato laqueado como otras manifestaciones de la riqueza cultural pequinesa pero también para visitar los llamados mercados de imitación. Rita, nuestro contacto en Beijing, nos comenta que el gobierno chino había recluido estas mercancías en espacios como el mercado de la Seda por las protestas de las grandes marcas occidentales. Sacarlas de la calle, como en un principio estaban, se consideró como medida suficiente por el gobierno. Por otra parte en China se considera que occidente aún no ha pagado los royalties que debe a China por la pólvora, la brújula, la imprenta y la pasta entre otros inventos y mientras esto no suceda se sienten legitimados a copiar todo aquello que se les ponga por delante. Opinión ésta que no por cínica parece menos contundente.
El primer asalto del match entre tradición y modernidad en que podríamos resumir nuestro viaje se iba a quedar en tablas, aunque quizás con cierta ventaja a los puntos a favor de la última, especialmente tras la visita a la ciudad olímpica. El nido, el cubo de agua y el resto de edificios olímpicos parecen manifestarse como el pasaporte de Beijing hacía la modernidad. Con este sentimiento dejamos atrás la ciudad en la estación de tren más grande del mundo rumbo a Xian donde nos esperaban sus famosos guerreros.
La ciudad de Xian, capital de la provincia de de Shannshi, tiene 8 millones de habitantes y dispone de más lugares de interés como la Pagoda de la Oca Salvaje o las murallas de la ciudad construidas en época Ming durante la segunda mitad del s. XIV de dimensiones colosales. El recinto amurallado tiene un perímetro de 14 Km y una altura de 12 metros.
Sin embargo, desde 1974 todo quedó eclipsado por el cortejo fúnebre del emperador Qin Shi Huang. Distribuidas en tres fosas salieron a la luz más de 7.000 figuras de terracota con todo su ajuar militar en bronce, carros militares incluidos. Yan Peiyan uno de los campesinos descubridores del yacimiento firma hoy autógrafos en el museo de los guerreros convertido en una celebridad. Mientras contemplaba la interminable cola de caza-autógrafos a la espera de su trofeo me preguntaba si pudo haber nunca un golpe de azada más rentable…
La ciudad de Xian nos despide con una cena de raviolis y con el sentimiento de haber merecido la pena recorrer cientos de kilómetros en tren a través de la China más profunda.
El miércoles 22 volábamos hacia Shanghái cuando poco antes de las 10 de la mañana se produjo un eclipse total de sol. En torno a seis minutos de total oscuridad únicamente rota por el débil reflejo en el horizonte de las zonas no afectadas. Para asistir a un eclipse de estas características habrá que esperar al menos 300 años.
Ya en tierra nos dirigimos a Suzhou, llamada por Marco Polo la Venecia de oriente. Por la ciudad pasa el Gran Canal Imperial. Esta arteria fluvial, con más de 1.700 Km de longitud, fue mandada construir por el emperador Yang Guang en el año 604 para unir Pekín con Hangzhou. La proyección esquemática de su sentido Norte-Sur combinada con el Este-Oeste de la gran muralla forma una “T”, similar al ideograma chino cuyo significado es “persona”.
La ciudad es mundialmente conocida por sus jardines, declarados Patrimonio de la humanidad en 1.997. En ellos se trata de buscar el equilibrio de cuatro elementos básicos: rocas, agua, pabellones y plantas. Visitamos dos de ellos, el del Administrador humilde y el del Maestro de las redes y se completó la visita a la ciudad con la Colina del Tigre, lugar de enterramiento del rey He Lu y su mítica espada.
De regreso a Shanghái hicimos una breve visita a Zhouzhuang con paseo en góndola incluido. La belleza de sus canales y puentes explica porque esta pequeña ciudad recibe del orden de 2 millones de turistas al año.
En Shanghái apreciamos dos áreas contrapuestas a ambos orillas del Huangpu. A la izquierda se encuentra el Bund con edificios de la época de las concesiones. Las potencias occidentales se habían allí asentado a resultas del tratado de Nankín que puso fin a las guerras del opio pero en la orilla opuesta se levanta Pudong, uno de los escenarios donde se libra la batalla por la hegemonía mundial de la edificación en altura. Desde la planta 88 de la torre Jin Mao contemplamos el sky line de la ciudad que cuenta con un numero de rascacielos tres veces superior a Nueva York. A su lado se levanta el Shanghái World Finance Building que con sus 492 m empequeñecía a la primera en 2.008. A su vez la Shanghái Tower, de la que apenas se han realizado los asentamientos, alcanzará los 632 m y 128 pisos cuando se finalice allá por el 2.011. En ese momento será el segundo edificio más alto del mundo por lo que no sería de extrañar un nuevo reto, como el ya anunciado proyecto de la Torre Biónica de los españoles Eloy Celaya y Rosa Cervera con sus 1.200 m de altura.
El paseo nocturno en barco con vistas a ambas orillas nos ofreció unas imágenes inolvidables pero la ciudad nos sorprendió también con el arriesgado espectáculo de los acróbatas, el templo del Buda de Jade y el jardín Yu Yuan. En este último tuvimos ocasión de comprobar una vez más cuan diferentes son los criterios estéticos entre oriente y occidente. En el lugar de privilegio del recinto y emplazada sobre una especie de altar se erguía una enorme roca caliza. Su originalidad consistía en que a través de un proceso natural de erosión kárstica se habían producido en ella exactamente 88 oquedades, número mágico que según la taumaturgia china tiene la facultad de atraer la riqueza. Difícil de entender para un “narizotas”.
Despedimos la ciudad tras una visita al Museo de Shanghái donde quizás el continente supere al contenido para dirigirnos a Guilin una “pequeña” ciudad de 700.000 habitantes que había sufrido inundaciones apenas una semana antes de nuestra llegada.
El crucero de unos 50 Km entre las proximidades de Guilin y Yangshuo nos habría de deparar, quizás, las mejores imágenes de nuestro viaje. En medio de un extraordinario paisaje kárstico, contemplamos los movimientos de una activa población ribereña en toda suerte de actividades. Es de destacar su habilidad para anclarse a los barcos en sus frágiles pero eficaces embarcaciones de bambú y así vender a los turistas frutas y productos artesanales. Las manadas de búfalos y cormoranes completaban un paisaje irrepetible. En la cubierta del barco, sobreexcitados por el aguardiente de serpientes, a más de uno sorprendió el sol, ya tropical, pero las quemaduras no preocupaban en exceso.
Muy provechosa fue esta visita desde el punto de vista etnográfico. Con la visita a una plantación de té aprendimos a diferenciar entre el verde, rojo, amarillo y a la caída del sol tuvimos ocasión de presenciar en directo la técnica de la pesca con cormoranes.
El lunes 27 llegamos a Guangzhou (Cantón). Comenzamos a descubrir el lugar por la isla de Shamian, en el estuario del río de las Perlas, donde los mayores de la ciudad parecían hacer honor al nombre de la localidad entregados, como estaban, al canto, la danza y al Tai chi. Guanzhou, sin embargo, permanecerá para siempre en mi recuerdo asociado al mercado de Qingping. La gama de mercaderías que ofrece este mercado es interminable. Desde remedios de la medicina tradicional china hasta animales de compañía. Los mercaderes nos ofrecían pieles de lagartos y serpientes, estrellas y caballitos de mar, patas de cabra, escorpiones, orugas… Sentíamos la sensación de estar visitando la China más profunda.
Nos había comentado nuestro guía cantonés que en Guangzhou se come todo aquello que tenga patas excepto mesas y sillas pero en un restaurante cercano a nuestro hotel, de apariencia selecta, tuvimos ocasión de comprobar que se había quedado corto. Allí se ofrecía carne de cocodrilo, serpientes en vivo y en directo, orugas y todo tipo de bichos con patas y sin patas. Pensé que algún turista extranjero se sorprendería al ver a los asturianos mirar con ojos golosos los enormes “oricios” que tenían, también, a la venta.
Al día siguiente y de camino al hidrojet que nos llevaría a Hong Kong contemplamos el enorme recinto donde cada primavera tiene lugar la mayor feria de innovación tecnológica e industrial de toda Asia. Sirvieron estas imágenes de contrapunto a lo que habíamos visto el día anterior y confirmaron ese contraste entre tradición y modernidad que habíamos estado viendo a lo largo y ancho de un país que comenzábamos a abandonar.
Hong Kong, con sus 6 millones de habitantes y la densidad de población más alta del mundo tiene un sabor diferente a pesar de la reciente integración en China. Nuestras guías habían quedado en Guanzhou, también los yuanes dejaban paso al Hong Kong dólar y la circulación por la izquierda aparece como recuerdo del pasado colonial en esta zona de economía especial.
Las mejores vistas de la ciudad nos las ofrecieron Victoria Peak y la planta 43 del Bank of China. Los rascacielos se extienden por todo el territorio alcanzando, incluso, las laderas del monte aunque la zona más vistosa está, sin duda, al norte de la isla donde tiene lugar cada noche un bonito espectáculo de luz y sonido.
El sur de la isla presenta la cara más amable de todo el territorio. El puerto de Aberdeen con su comunidad flotante y el restaurante Jumbo, dónde tuvo lugar nuestra cena de despedida. Repulse Bay, aquí visitamos su playa y el templo budista de Kwum Yam Shrinem con las estatuas de Tin Hau y Guan Yin, dioses protectores de los pescadores. En las proximidades del templo un edificio del ubicuo Norman Foster intenta, con escasa fortuna, restarle protagonismo.
El pasado inglés de la antigua colonia permanece visible en la Star Ferry Terminal, en la catedral anglicana y en la casa del gobernador pero ya al final de nuestro viaje muchos de nosotros teníamos interés en descubrir la impronta portuguesa por estas tierras y nos fuimos a Macao. No nos arrepentiríamos.
La ciudad es conocida sobre todo por sus casinos. El Lisboa es el de más solera pero la llegada del capital americano trajo consigo la creación del mayor casino del mundo, el Venecia. Es éste una especie de parque temático del juego, de dudoso gusto pero dimensiones colosales: 3.000 habitaciones, un millón de metros cuadrados construidos, cientos de mesas de juego, reproducciones de los canales venecianos con góndolas incluidas y un sin fin de tiendas e instalaciones deportivas. Las señas de identidad de la ciudad están, sin embargo, en su casco histórico. El paseo que hicimos desde las murallas en la parte alta hasta el Largo do Senado fue extraordinario. Contemplar iglesias del más puro barroco portugués, la Casa de la Misericordia o el típico adoquinado de las calles en blanco y negro en estas latitudes resultaba increíble.
La torre de Macao y sus 330 m de altura con su restaurante giratorio nos ofreció unas vistas de la ciudad para el recuerdo y el templo taoísta de A Ma completó una visita más que satisfactoria.
Pero había que regresar a Hong Kong y preparar el viaje de regreso. Nos esperaban 13 horas de vuelo hasta Madrid vía Helsinki o París. Acabamos un viaje que ya es recuerdo y al que hay que conceder las más altas calificaciones. Quisiera felicitar, sin excepción, a todas aquellas personas que tuvieron que ver en su organización, destacar la profesionalidad y entusiasmo de nuestros guías y enviar desde estas líneas, también sin excepción, un abrazo a todos mis compañeros de viajes porque todos vosotros contribuisteis a hacerlo inolvidable.
¡HASTA SIEMPRE!