María González Compañera de la Caja, en la of. Valentín Masip |
Se trata de un viaje de estos que estás toda la vida diciendo; “nunca estuve en Palencia”, pero que nunca se te arregla, por ser un destino tan cercano (tres horas de viaje aproximadamente) y por que siempre parece más atractivo lo exótico, lo vas dejando.
De repente un día ves que el Club de Viajes te propone una “vueltiquina” por allí y te dices: “de esta voy”.
Éramos pocos, 36 entre empleados, familiares y amigos de edades variadas, pero predominando la madurez, dispuestos a pasarlo bien durante dos días.
Salimos el día 1 de Setiembre tempranito y después de una parada para desayunar llegamos a Palencia donde nos encontramos con nuestros amables guías, María José y Gerardo, asturianos afincados en esas tierras que se brindaron para hacer de Cicerones con nosotros. Nos dirigimos en el mismo autocar a conocer el Cristo del Otero, desde donde se ve una buena vista panorámica de la ciudad.
A continuación fuimos a la Catedral, donde teníamos programada una visita guiada por una monja, según nos dijeron, la monja en cuestión resultó ser un señor que no me puedo imaginas con toca pero que conocía con todo detalle la Catedral. Conocerla la conocía. Pero hablaba de tal manera que tenías que estar atento al máximo para pillar algo. Aún así, nos deleitamos con la contemplación del Claustro, de la Cripta de San Antolín, las pinturas de varios autores (El Greco y otros) y diversas obras de Berruguete.
Al salir de allí, fuimos paseando por las calles principales de Palencia hasta volver al autocar que nos llevó a Tariego de Cerrato, un pueblín cerca de la capital que no vimos mucho, pero que tiene un Mesón donde nos esperaban con las mesas puestas. Comimos bien y abundante, unos entrantes y un lechazo asado regado con un rico vino tinto de la casa, de postre un popourrí de sabores, el comedor era una especie de bodega en forma de bóveda, lo que hacía que el techo parecía que nos tocaba las cabezas, pero no por eso resultaba agobiante sino que la temperatura era agradable y se oían perfectamente las voces de los que allí estábamos, así que la conversación fue amena.
Una vez repuestas las fuerzas fuimos a visitar la Basílica de S. Juan de Baños, preciosa iglesia edificada por orden del rey visigodo Recesvinto en el 661, muy bien conservada en su exterior, pero que no pudimos ver por dentro por estar celebrándose una boda. Junto a ella hay una abundante fuente de la que bebimos, al igual que cuenta la leyenda que hizo Recesvinto hace mucho tiempo.
De aquí, nos dirigimos al Hotel Castilla la Vieja de donde volvimos a salir una vez distribuidas las habitaciones y después de un pequeño descanso para hacer un recorrido a pie por la ciudad, visitamos algunas de sus muchas Iglesias: S. Lázaro, Sta. Clara, S. Francisco, etc. Después nos dispersamos para cenar cada uno donde quisiera, o para no cenar, porque la comida había sido realmente abundante. En Palencia se celebraban las fiestas patronales de S. Antolín. Por lo que el ambiente era alegre y cordial y muchos de los viajeros pudieron disfrutar de las terrazas situadas en las plazas y calles donde se servían una serie de tapas típicas de la Fiesta que se celebraba.
Después de descansar, que falta nos hacía, y desayunar discreto pero bien, volvimos al autocar para recorrer otros pueblos del entorno, en general pueblos pequeños con grandes Iglesias o Castillos que asombraban por su desproporción entre estos y las casas circundantes. Destaca entre estos pueblos Támara, con su Iglesia de S. Hipólito, sorprendente por su belleza ;de la mano de la alcaldesa del pueblo la visitamos, se trata de una Iglesia grande, muy grande en proporción al resto del pueblo, hermosa por fuera, gótica y renacentista, pero que cuando entras te quedas con la boca abierta. Lo que más llama la atención es el órgano, enorme, apoyado sobre una columna llena de colores y detalles tallados, como un gran árbol cuya copa (los tubos del órgano), se elevan hacia la cúpula.
Frente al altar mayor está el púlpito, que es otra maravilla, también policromado y lleno de detalles tan profusos que no se pueden describir. Al fondo, tras el altar, el retablo, grandioso, se eleva hasta alcanzar la cúpula y nos cuenta la vida y milagros del santo al que esta dedicado.
De allí salimos ya un poco saturados de belleza pero con ganas de más, así que continuamos recorriendo pueblos, Santoyo, Frómista, Villalcazar de Sirga, etc. Mención aparte merece Astudillo, donde visitamos, acompañados de una guía varias bodegas que son subterráneos formados por arcos de piedra formando bóvedas y que recorren todo el pueblo por debajo de las calles, según algunas teorías se trataba de pasadizos del Castillo con fines bélicos, según otros se trata de bodegas para preparar y almacenar el vino. No están abiertas al público pero se pueden visitar gracias a la amabilidad de sus propietarios que lo permiten.
Para estas horas la “fame” hacía estragos en el grupo, así que nos llevaron al Hotel Real Monasterio de San Zoilo, antiguo Convento cluniacense, como su nombre indica, hoy es un espectacular Hotel. Allí comimos en un comedor con unos artesonados preciosos. El menú consistió en unos entrantes sabrosos y abundantes y un solomillo, todo ello regado por un vino Ribera de Duero, postre café y champán.
No os podeis imaginar lo bien que sienta, después de llevar toda la mañana, como turistas japoneses, corriendo de un pueblo a otro, con la cámara en ristre, sentarse en semejante lugar y degustar los manjares que nos ofrecieron, sin prisa ni agobios de ningún tipo. La única pena era que se estaba acabando el viaje, ya sólo nos quedaba visitar Carrión de los Condes cosa que hicimos paseando por sus calles y viendo las Iglesias que ya nos parecían cosa normal, estábamos saturados, pero que no desmerecen a otras mucho más renombradas; destacaré la Iglesia de Sta Maria del Camino, la de Santiago, con un magnifico friso que me recordó el Pórtico de la Gloria .
Después ya el regreso, todos un poco callados, cansados, escuchando los partidos en la radio. Llegada de cada uno a su ciudad de partida y hasta pronto.