CRÓNICAS 2006

EGIPTO

J. Ignacio Villameriel

Compañero de la Caja y veterano colaborador con el Club.

CUADERNO DE VIAJE

7 de abril, viernes: Asturias-Madrid

El bús de Pullmans Llaneza se pone en marcha a las 21:30 en Gijón. Avilés, Oviedo, Mieres, y completo. Gracias, una vez más, al trabajo de los coordinadores y compañeros de la directiva del Club de Viajes.

Por delante una larga noche: el vuelo de Politours a Luxor partirá a las 7 am y arribaremos a Barajas con dos horas de margen. Tiempo hay. Parada tranquila en Benavente. Pipi-room y café. Y otra obligada en el área de Villacastín para alivio de una compañera indispuesta. La pobre no se repuso hasta llegar al barco.

8 de abril, sábado: Madrid-Luxor... y Karnak!

Pequeño lío al facturar, superado con buena disposición: el viaje no ha hecho más que empezar. En el vuelo de cinco horas, ni una turbulencia. Aterrizaje suave al mediodía. Sentimos el aliento seco de Horus: treinta grados. Sobra ropa. En el pequeño hall, rapidez y organización: en fila de a uno, y la aduana sin problemas. Los de Promotravel, la agencia egipcia, nos proveen de cintas amarillas para el equipaje y se presentan los guías: Weal ("Willy"), coche uno; Ahmed ("Ajmed"), coche dos. Una hora después, el Nile Bride, verdadero hotel flotante nos sorpende con el lujo de sus instalaciones y lo aprovechado de las cabinas.

Egipto, don del Nilo (Herodoto), el gran río recorre 6700 km. Hoy nos enteramos que exploradores ingleses aseguran que su fuente principal se halla 106 km más al sur del río Victoria, en la Ruanda profunda.

En el camino, los guías nos bautizan: Faraones (¡nada menos!), grupo uno: Meia-Meia (chachi-guay), grupo dos al tiempo que dan los primeros consejos: no abusar de las ensaladas ni de las bebidas frías, no tomar agua del grifo ni para lavarse los dientes, sólo embotellada. Cuidado con la maldición del faraón, que no combate el Fortasec. "Aquí no funciona". ¡Vaya por Dios! ¿Y qué hacemos con el botiquín?

A las dos, primer contacto con el bufet del Nile Bride. Bueno y variado. Lo suficiente. Y de postre, sólo fruta. Los dulces, para la cena. Descubrimos sabores naturales que no recordamos, y unos dátiles especiales.

A las quince horas, los buses nos llevan hasta KARNAK. Colosal el santuario de Amón: el mayor templo de columnas del mundo, monumento que podría contener a Notre Dame. Empequeñecemos entre el bosque de papiros de su pétrea sala hipóstila, de 102m de ancho, 53m de profundidad y 134 columnas de 23m de altura. Los capiteles en forma de papiros abiertos tienen en la cúspide una circunferencia de 15m: cada uno podría acoger a 50 personas. Embobamos. ¡Qué sentirían los viajeros de otro tiempo!... Además están los obeliscos de Tutmosis I (hoy sólo se conserva uno), de 23m de altura y 143tm de peso. Y el Akh-Menu de Tutmosis III, una hermosa sala hipóstila sostenida por dos hileras de 10 columnas y una de 32 pilares rectangulares. Rastros de pinturas del siglo VI hallados sobre algunos atestiguan que fue transformada en iglesia cristiana. Este conjunto de Karnak incluye un lago sagrado de 120m de largo en el que, lo escribe Herodoto, los sacerdotes cumplían los ritos nocturnos. En el ángulo noroeste un pedestal con la escultura de Khepri, el escarabajo que simboliza el renacimiento del sol victorioso de las tinieblas. Antes de abandonar este prodigioso templo, cumplimos el rito de las siete vueltas a la escultura rogando la buena suerte.

LUXOR "Al-Uqsur", TEBAS, la ciudad de las mil puertas (Homero). Su templo, santuario del ka, de 260m de largo, empezado por Amenofis III y terminado por Ramsés II, estaba unido al de Karnak por una avenida de 3 km (se conservan 200m) pavimentada, y adornada de críoesfinges (cabeza de carnero), reemplazadas en la XXX dinastía por esfinges con cabeza humana. Alejandro Magno dejó su huella en capiteles de acanto. En la entrada monumentales pilonos (65m de frente) y colosos sedentes (16m), y un obelisco (25m) desvalido: a su hermano gemelo se lo llevó Napoleón en 1823. Está en París, en la Plaza de la Concordia. El de aquí mantiene los bajorrelieves que relatan la campaña militar de Ramsés II contra los Hititas y el Poema de Pentaur, que celebra las hazañas guerreras del faraón. La arena ha ayudado a conservar los relieves y gracias a ella el tardío descubrimiento de este faraónico templo que sostiene sobre sus muros la mezquita de Abu el Hagag.

Increíble la puesta de sol en Tebas. Sólo han pasado veinticuatro horas y es otro año, y otra la luz del Nilo. Y mañana... ¡El Valle de los Reyes!

9 de abril, domingo (de Ramos): Luxor-Esna

Diana a las 4:30 am. A quien madruga dios le ayuda, dice Ahmed, que sabe latín... Ra se despereza. Antes de subir al muelle cruzamos la recepción de cuatro buques y sus arcos detectores que se quedan pitando. En la pasarela, la policía vigila. Los vendedores se mantienen a raya, aunque no dejen de intentarlo. Todo a un euro. "Más barato que en carrefur..." Cruzamos el Nilo en vistosas lanchas que dejan una estela de humo azulado. Desde la ribera de poniente vislumbramos Tebas tras la neblina del Bahr (el mar). El pueblo siempre llamó así al gran río. La orilla occidental es para la vida tras la muerte. Nos sumergimos en la necrópolis tebana. El emplazamiento elegido por los faraones para su descenso al inframundo alberga sus tumbas. Sesenta y cuatro criptas reales. También la de Tutankamon. Basta ver tres para hacerse una idea del viaje por el Más Allá. Los frescos revisten muros y techos de rojos, amarillos y azules, y los relieves de las galerías narran la separación del Ka y del Ba, cómo Anubis guía al finado en el viaje protegido por Isis al reino de Seth, el asedio de Apofis (la serpiente) a la barca y el juicio final de Osiris: el corazón del difunto de lado de la balanza y del otro la pluma de Maat. Thot y Amemait vigilan. Contrasta el inhóspito entorno con la opulencia de las criptas. Ra brilla en lo alto cuando abandonamos el Valle de las Tumbas que empieza a masificarse. Decenas de globos se elevan al cielo: otra forma de turismo. Las casas de los poblados cercanos han levantado sobre la terraza (no hay tejado) un piso para el taller: los modernos artesanos egipcios imitan cuantos objetos han hallado los arqueólogos extranjeros en las sepulturas para sacarnos luego todos los euros sin que nos demos cuenta.

A las 8 am visitamos Deir el Bahari, el monumento funerario de la reina Maat-Ka-Ra Hatshepsut: primera entre las damas nobles que abraza a Amón, la gran faraona de la XVIII dinastía, venerada, respetada y odiada. Gobernó de 1479 a 1457 a.C. PRIVATELa mujer más poderosa del mundo. Para ser faraón se colocó barba postiza y diadema con la cobra Uadyet (diosa del norte) y la buitre Nejbet (patrona del sur). Su estatua se yergue frente al templo de esbeltas columnatas que construyó su valido, el genial arquitecto Senenmut, en un anfiteatro natural. Al sucederla su hijastro Tutmosis III borró sus huellas sin que lograra relegarla al olvido.

El 17/11/1997 murieron 58 turistas y 4 egipcios en un atentado perpetrado en esta misma explanada.

Una hora después visitamos Medinet Habu, el descomunal templo funerario de Ramsés III de una exquisitez única. Los bajorrelieves de las gruesas columnas señalan el afán de eternidad del faraón. Paredes enteras cubiertas de leyendas y derrotas inflingidas al enemigo, crueles detalles de miembros viriles amputados, y deidades policromadas en el techo de este mausoleo perfectamente conservado. En la entrada, una efigie de Sekhmet “la poderosa”, en granito negro. Diosa con cabeza de leona coronada por un disco solar en el que se yergue la cobra, ojo de Ra, la fuerza aniquiladora. Hasta aquí peregrinan fanáticos a rendirle culto. Misterios.

A media mañana la ribera occidental ofrece un paisaje mágico de montañas rosadas tras la llanura de campos de caña, primera de las tres cosechas anuales. Fascinante contraste. Sobre este fondo destacan los Colosos de Memmon (18m), vigías del templo funerario de Amenofis III. Sus pies miden 3m de ancho. Unos campesinos labran la tierra rudimentariamente. Son los descendientes de los fellahs, que rendían tributo a los sacerdotes.

Se ven asnos por todas las partes, burrinos cargados hasta lo indecible con su paso corto y vivo. Pollinos descendientes de los que ya estaban allí hace 6000 años, haciendo lo mismo. Esenciales para el transporte entre las urbes y los oasis. El caballo no era utilizado como montura, servía para tirar de los carros de guerra. El dromedario o camello, que se identifica con el paisaje egipcio, es una aportación de la invasión árabe.

Dominios de Horus, que abrasa. A las diez treinta, bienvenido refrigerio. Fiesta de Ramos, frío y lluvia en Oviedo. ¡Vaya!... se lamenta una güelita pensando que la nietina no podrá lucir su ropa de estreno.

Los buses se incorporan puntuales a la caravana policial que a las once parte de Luxor a Esna, donde nos espera el barco. Vigilancia extrema. Este país no se puede jugar su mayor fuente de ingresos. Las medidas de seguridad impuestas por el gobierno egipcio se cumplen a rajatabla: quienes se retrasen, tendrán que esperar hasta las quince horas. Y no hay tiempo que perder: trescientos buques navegan a diario entre Luxor y Asuán. Mientras comemos, el Nile Bride salva la esclusa. El descanso vespertino es bien recibido. Nos saludan nativos que se refrescan como Ra los trajo al mundo. En los humedales, vacas y búfalos, y asnos blancos en los poblados. Mujeres de negro portan cestas en la cabeza. Las orillas, un vergel. Nos parece estar viendo a Moisés entre los juncos. Remontamos suavemente el Nilo mientras se oculta el sol en el Valle de los Reyes.

No digáis que fue un sueño...

10 de abril, lunes: Edfú-Kom Ombo

La calle es el muelle. Al desembarcar, una hilera de vendedores nos acosan con su mercancía. Alineadas en el paseo esperan las calesas para llevarnos al templo de Horus atravesando Edfú, Apollinópolis Magna, al trote por sus estrechas calles donde abundan grupos de hombres ante los cafés. Escenario de película colonial.

Inmenso templo, el mejor conservado de Egipto y el más importante tras el de Karnak. Su gruesa muralla le confiere una sensación de fortaleza inexpugnable (¿sería así Troya?). Erigido por Ptolomeo III Evérgetes en 327 a.C. sobre la antigua construcción de Tutmosis III realizada por el sacerdote-arquitecto lmhotep.

Impactan las torres gemelas del pilono con el enorme bajorrelieve del ptolomeo sacrificando enemigos a Horus. En el interior, fascinantes jeroglíficos y el santa sanctorum. Tras él, la réplica de la barca sagrada. Los ingleses se llevaron el original. Majestuosa estatua de Horus en granito negro con la doble corona: Alto y Bajo Egipto. En los relieves, el dios halcón surca el Nilo al encuentro de su amada Hathor. Los muros narran cómo mata a su tío Seth vengando el asesinato de su padre Osiris, el soberano del submundo. El dios Min, representante del poder fertilizante masculino, tiene aquí una capilla. Aparece itifálico con su par de lechugas de ofrenda elevando un brazo sobre su cabeza coronada por un chato gorro de enhiestas plumas.

Edfú es uno de los cuatro templos donde se materializa la Leyenda. De Shu (aire) y Tefnut (humedad), hijos de Ra, nacieron Geb (tierra) y Nut (cielo), que engendraron a Osiris, Isis, Seth y Nefthis. Osiris, Isis y Nefthis representan el bien; Seth, el mal. Osiris reinaba la tierra enseñando a los humanos la agricultura, la escritura y la civilización. Seth, envidioso, lo asesinó. La fiel Isis resucitó a su hermano-marido en Abydos (primer templo) y concibió a Horus. Luego se refugió en Philae (segundo templo) para criar a Horus que de mayor desafió al tío venciéndole en Edfú (tercer templo). Horus desposó a Hathor en Dendera (cuarto templo).

En los muros de Edfú se representa la batalla entre Seth y Horus. Y también se conserva el nilómetro que reflejaba el nivel del agua para calcular los impuestos en función de la abundancia de las cosechas.

La dinastía griega de los ptolomeos -sucesores de Alejandro Magno- recuperó el templo original construido por Thuthmosis III como un modo de acercamiento al pueblo y a sus poderosos sacerdotes impregnándose de su religión: en las paredes del templo se ve cómo los faraones ptolomeos adoran a las divinidades egipcias.

A las diez treinta zarpamos. Desde la cubierta-terraza contemplamos cómo el navío remonta la corriente con suavidad rumbo Kom-Ombo. Hasta la hora de comer, el dolce far niente. Regalo de los sentidos. A babor, en la ribera oriental, palmerales, poblados; a estribor, dunas, desierto. Atracamos a las cinco de la tarde y antes de desembarcar la tripulación nos ofrece un té, con pastas of course.

Esta acrópolis de Ptolomeo VI muestra su influencia helénica. En realidad, Kom Ombo son dos templos en uno dedicados a los dioses Sobek (el cocodrilo) y Haroeris (Horus); dos avenidas y dos santuarios gemelos. También hay una capilla de Hator donde hay un par de momias de cocodrilos dentro de una vitrina. Napoleón sufrió aquí una gran derrota y el templo quedó parcialmente destruido. En el muro trasero se pueden apreciar los relieves médicos del equipo quirúrgico que Imhotep (ayudante de Zoser) fundador de la medicina egipcia, empleaba en la época, asombrosamente parecido al de hoy. En una esquina, el calendario lunar, al lado del nilómetro, que servía a los sacerdotes para determinar los impuestos. Bajo el pavimento, pasadizos secretos.

Antes de la cena, paseo por el mercadillo en busca de ropajes para la fiesta árabe. Los mercaderes desde sus jaimas, sin rebasar la línea blanca: vigila la policía turística, nos arrojan todo tipo de prendas con un engañoso reclamo: "sólo un euro". Como te pares, estás perdido con estos maestros del regateo.

Cenamos disfrazados. Los camareros han esculpido aves exóticas en calabazas y frutas que exponen en el bufet. Fotos. Luego, juegos en la sala de fiestas. Gana una niña francesa, con ayuda.

Al retirarnos, grandes sustos: los monigotes-fantasma imaginativamente vestidos, modelados por la marinería con almohadas y toallas, disfrazados con nuestra propia ropa y adornos, nos contemplan como espantapájaros desde las camas de las cabinas con su pálido rostro, ocultos los "ojos" en nuestras gafas de sol. Es una forma tradicional de despedirse la tripulación, según dicen. Se agradece, luego.

11 de abril, martes: Kom Ombo-Asuán. Abu Simbel, y Philae

Faraones y Meia-Meia, agrupados tras el cartel "Club Viajes Hermanda Cajastur", llegamos a Abu Simbel a las 8 am. Estamos en Nubia. Explicación de Ahmed ante los Colosos de Ramsés II y la reina Nefertari: único caso de mujer tallada al nivel de un faraón. El templo, salvado de las aguas en un alarde de ingeniería, está labrado en roca arenisca, detalle fascinante porque un error causaría su desplome, orientándolo de forma tal que en los equinocios el primer rayo del día penetra a una hora única hasta lo más hondo de la capilla de la Sagrada Tríada, con el Faraón como cuarta deidad, iluminando con un halo a Harakhti, Ramsés II, Amón-Ra, en tanto que Ptah, dios del mal, es condenado a la oscuridad. La luz se desliza por la portada y alarga las sombras haciendo a los visitantes tan grandes como los pilares. Nos impactan los bajorrelieves de las batallas reales con nubios y abisinios. A través de las salas puede verse, como por un telescopio, la colosal puerta rectangular y más allá las aguas de plata del lago Nasser, el tercero del mundo. Momento mágico.

Tras imponer la paz a los hititas, Ramsés II se casó con Nefertari, de legendaria belleza, e hizo construir el primer y mayor templo dedicado a una Reina en el Egipto Antiguo, también excavado en roca.

Son las once cuando nos asomamos al pretil de la Alta Presa. Asuán, puerta de Nubia, la tierra de los esbeltos hombres de ébano y de las mujeres de ojos bellos. Unos cien mil fueron desplazados al inundar sus tierras los quinientos kilómetros de esta colosal obra que anegó numerosos templos, salvados Abu Simbel y Philae.

En una cantera cercana descansa el obelisco inacabado de 41 metros, el más voluminoso de cuantos erigieron los egipcios, abandonado tras formarse una grieta. Final de la visita matinal.

La ciudad es algo caótica. El carril derecho lo ocupan grupos de hombres y mujeres que dan el alto a los taxis colectivos: furgonetas de carga habilitadas para personas con bancos corridos en los laterales. Pasamos todos los semáforos en rojo: privilegio de turistas, no, es seguridad. En las afueras, colegios y escuelas. Uniforme de pantalones para niños y niñas. Pero las mocinas con velo blanco.

A primera hora de la tarde, tocamos el embarcadero de la isla Agilika, lugar de ensueño: La perla de Egipto, según Pierre Loti. Hermoso el templo de Philae, dedicado a Isis. Unas balizas a 500 m señalan el emplazamiento del que fueron rescatados estos monumentos, desmontados bloque a bloque en 1980. Antes de que se destiñeran, los capiteles lucían brillantes colores: azul, rojo, amarillo, verde. Lo refleja David Roberts en sus litografías. Plácidamente instalados a la sombra del café-tienda, nos deleitamos contemplando entre acacias y buganvillas el kiosko-cuna de Trajano, privilegiado observatorio. Hay garzas en los juncales.

El regreso nos llena de desencanto. Los Faraones nos adelantan pero queman motor y tienen que remolcarlos.

A las 4 pm visitamos una casa de esencias cuyos secretos explica una madrileña casada en Asuán que vende mejor que los egipcios. Todo un recital. Nos invitan a té con menta y carcadé: bebida de color rojizo y aroma especial que se hace con la flor de hibisco. Olemos rosas, jazmín, loto y papiro. También perfumes curativos, como el sándalo para la artrosis, el almizcle para el dolor de cabeza, la menta y el eucalipto. Un remedio para la digestión, y el Secreto de Nefertari de efectos afrodisíacos pasada la media noche. A saber...

Ultimo atardecer en la cubierta del Nile Bride contemplando la orografía de la isla Elefantina y la navegación silenciosa de las falucas con su vela desplegada sobre el fondo violeta del cielo reflejado en el agua.

12 de abril, miércoles: poblado Nubio, y Asuán-El Cairo

Siete de la mañana. Amanece en el Nilo. El paseo matinal está animado en las falucas. Faraones y Meia-Meia navegamos paralelos mecidos por las aguas. Al poco, nuestro timonel saca un gran pandero y entona una canción nubia, cede la caña al compañero e inicia una rítmica danza. Salta a la otra lancha y logra que uno, dos, tres, todos los del primer grupo le sigan. Los de este lado, también, para no ser menos. Momentos de ritmo africano. ¡Ooooéeee!... ¡Eeeeóooo!... Una vez nos han euforizado, extienden sobre los bancos del centro de las falucas la tira de abalorios y nos venden lo que quieren. Casi ni regateamos: es barato...

Tras unos juncos aparece un guaje en algo que flota, un cascarón de colores chillones, impulsado por dos paletas poco mayores que su mano. Se cuelga de la borda de babor antes de sorprendernos con un lolailo: porrompompooo, porrompomperoooo... Un euro, un euro... Poco más allá, dos más... ¡Lo que no hagan!...

Una hora después dos motoras nos recogen en medio del río y remontamos por la orilla opuesta a Asuan rumbo al poblado nubio. El ruido y el apestoso humo hacen que la mayoría se acomode en la proa, y algunos utilicen la escalerilla para instalarse en el techo de la barcaza. Vemos el mausoleo del Agha Khan y el palacio de la Beghum. En la isla Elefantina destaca la fea "torre de control" del Aswan Oberoi. En el extremo norte un intento de ampliación paralizado contrasta con el jardín botánico de Kitchener, con plantas de medio mundo.

Recordamos a Humphrey Bogart y Katherine Hepburn en La Reina de África mientras navegamos por estos meandros del Nilo hasta una playa donde nos recibe una hilera de vendedores. Desembarcar, mojarse, y trepar por las dunas para recibir de los camelleros urgentes rudimentos de monta: sentarse adelante, sin estribos... y cuidado con el dromedario porque levanta los cuartos traseros y agacha los delanteros y puede irse uno de bruces. Los demás observamos apaciblemente desde la barca la silueta de las caravanas.

Las casas de adobe están encaladas y teñidas de azul cielo. Visitamos una vivienda con patio central cubierto de esterillas de palma en torno al cual se distribuyen la cocina, sala, dormitorios... estancias abovedadas para airearse. Sin ventanas. El suelo, de arena. Nos ofrecen té, refrescos, pan negro aplastado, sésamo, miel, queso y turrón. El anfitrión juega a asustarnos con unas crías de cocodrilo mientras su mujer hace tatuajes de hena. Tras fumar una shisha, la pipa de agua, visitamos la escuela coránica donde una joven maestra nos enseña y hace repetir a coro números y alfabeto en árabe y dialecto nubio. Aunque parezca preparado, no deja de haber algo que hechiza en este poblado, con sus calles sin asfaltar y sus humildes hogares. Dos chiquillas de bellos ojos se acercan tímidamente para recibir caramelos y vendernos sus muñecas de madera, a un euro.

A las once regresamos con el motor al pil-pil gozando de este singular paisaje. Una faluca corta la estela de la barca evocando otro tiempo sobre las aguas. ¿Qué día es hoy?, pregunta uno. ¡Y eso a quién importa!...

Comemos temprano a la vera del Nilo frente al mausoleo del Agha Khan. Luego, reconocimiento de maletas en el Nile Bride al que accedemos por la borda de estribor, cerca de proa, haciendo equilibrios a través de los techos de las barcazas, superando hábilmente la prueba todas las chicas.

A las tres de la tarde abandonamos Asuán camino del aeropuerto donde nuestro grupo hizo piña para defender las agresiones verbales de una energúmena madrileña obstinada en no reconocer el derecho de un grupo de compañeras a dejar sus mochilas guardando la vez mientras visitaban el pipi-room. Por si fuera poco, la susodicha cubría su cabeza con la visera de Alonso. ¡Quítate esa gorra, que no la mereces!, le espetó uno. ¡Muy bien!, jaleó el resto. Sin más incidentes dignos de mención, despegamos a las 16:20 horas.

Egipto tiene 78 millones de hab. El Cairo (Heliópolis) 18. Lo atravesamos por el puente del seis de octubre (nuestra M-40, dice Ahmed) con un tráfico denso, caótico: hora punta. Las plazas del centro son un hervidero. La gente cruza las calles confiada delante de los coches: no hay semáforos, pero se las arreglan...

El hotel Marriott donde nos alojamos en El Cairo, es fastuoso. En 1863 el Pasha Khedive Ismail encargó al arquitecto alemán Julio Franz la construcción de este palacio terminado en 1868 con la ayuda del diseñador De Curel Del Rosso del palacio de Abdin, que incluyó en su interior las guarniciones más lujosas del París de entonces. El arquitecto paisajista francés Barrillet Deschamps transformó la isla en un parque. El salamlek (zona reservada al sultán) en forma de "U" combinó el estilo barroco con características adornos islámicos. Los arcos de hierro fundido fueron fabricados en Alemania y montados por especialistas venidos exprofesso. El Pasha construyó un palacio para la Emperatriz de Francia, reproduciendo la decoración de los aposentos del Palacio de las Tullerías, con influencias de la arquitectura islámica en el uso del mármol y del mashrabiya. Todo para deslumbrar a Eugenia de Montijo que había decidido acudir en 1869 a la inauguración del Canal de Suez, obra del diplomático Ferdinand de Lesseps, primo de la emperatriz. Con tal motivo se representó por primera vez en El Cairo, frente a las pirámides, la célebre ópera de Verdi, Aída.

13 de abril, jueves: Sakkara-Memphis... y Meseta de Giza

Madrugón para visitar Sakkara: la ciudad principal de los primeros reyes conocidos que la habitaron en 3200 a.C. Cruzamos El Cairo con rapidez. A esta hora se circula bien: hoy es fin de semana. La ribera occidental es un valle regado por canales, no demasiado limpios. Los fellahs ya están en sus labores. Uno nos saluda desde el agua: su baño matinal. De repente, el desierto. Unos kms más y ascendemos entre cielo y arena por una sinuosa carretera de cunetas resecas. Cuando no se cumple una hora desde que salimos del Marriott avistamos la pirámide escalonada (mastaba) de Zoser y su complejo funerario (III dinastía-Imperio Antiguo).

Columnas prehelénicas, orígenes de la arquitectura egipcia. La muralla dentada, el gran patio, la pirámide, los templos. Los muros que protegían esta ciudad sagrada, ideada por Imhotep, tenían 277m de ancho y 544m de largo, con una altura de 12m y 15 puertas, 14 falsas para desconcertar a los saqueadores. Solamente la situada en el extremo suroeste permitía penetrar por el estrecho pasadizo de 1m de ancho y 6m de largo hasta el reducido patio del que parte el corredor que da acceso a la sala hipóstila: una columnata de 54m de longitud formada por 40 columnas con acanaladuras en el fuste: 1m de diámetro en la base y 70cm en la parte superior, a 6,60 m del suelo, dispuestas en dos filas componiendo tres naves, la central más elevada que las laterales. Cámara única por el tipo de pilares en los que se ven restos de pintura roja, que intentaba reproducir la madera petrificada. No hay constancia del empleo en ninguna otra construcción egipcia de esta transposición en piedra del haz de cañas que hacía las funciones de soporte en las construcciones predinásticas.

Luego entramos en la tumba de un noble donde se muestran escenas de la vida de los egipcios, sus aves de corral: patos y ocas, también vacas, terneras y bueyes, que servían de alimento y para trabajar en los campos.

Al salir del complejo, más de treinta autocares hacen cola para visitarlo. Aplausos para los guías: "A quien madruga, dios lo ayuda", dice el listo Ahmed. El camino de Memphis está sembrado de escuelas donde los niños "aprenden" a tejer alfombras. Sus pequeñas manos son muy apreciadas en estas factorías, que eso son.

Breve visita a Memphis, capital del Antiguo Egipto, en cuyo museo yace la colosal estatua de Ramsés II, y en la explanada, la Esfinge de Alabastro de 80 toneladas. Fotos de recuerdo. Agradecemos la sombra.

Percibimos el gran contraste de dos mundos que no se mezclan. En un lado, los que viven del turismo; y en el otro, los agricultores. Recogiendo el polvo de la calle, chacinerías con su género colgado en los dinteles, al aire. Envuelven la carne en una sábana blanca para indicar que está fresca. Comercios con rótulos en árabe. Predominan los colores azul, rojo o negro. Subtítulos en inglés, segundo idioma. Es el latín de nuestro tiempo.

A las once treinta (hora monacal) tomamos en Le Cuisine un bufet de comida egipcia. Rico. Hay tortilla (¡!) A los postres felicitamos con tarta a tres compañeros/as del grupo. Entonamos a coro el cumpleaños feliz. Hora y media después cruzamos a la ribera occidental, el lado del más allá, junto al desierto.

Sobre la meseta de Giza, municipio contiguo a El Cairo, se elevan los monumentos funerarios. Parece que están en el desierto, pero en realidad la orilla occidental es una prolongación de la metrópoli que termina en los escalones que ascienden al recinto de la esfinge. Esta ladera prueba que hace cinco mil años aprovechaban las crecidas del Nilo para acarrear piedra a piedra los bloques de las pirámides utilizando cien mil trabajadores en los veinte años de construcción. La madera de los barcos se obtuvo cerca del Líbano, en tierras fenicias: por entonces la mayor parte de Egipto ya era un desierto. Esta tesis es corroborada por el navío hallado en las inmediaciones de la Gran Pirámide en los años 50 y que ahora forma parte de un pequeño museo en este sitio.

Aparte de la misteriosa técnica y precisión para dimensionar las piedras, colocarlas una a una sin argamasa desde el sarcófago hasta el ápice y luego aplicar el revestimiento exterior de arriba abajo. Sólo han encontrado unas pocas tumbas en la veintena de pirámides que se construyeron a partir de la segunda dinastía, siendo las mayores: Kheops (146m altura), Khefren (136m), y Micerino (61m). No hay restos humanos. Tampoco joyas. Resulta extraño que hicieran pasadizos tan reducidos para acceder a los sarcófagos del rey y su favorita, enterrada junto a él. Aún no se ha encontrado la momia de Kheops. Las tumbas de los sacerdotes y hombres de confianza del faraón se hallan en las inmediaciones. Algo desilusionados al no poder entrar en la cámara de Keffrén por un inoportuno apagón, hacemos la foto del grupo en el altiplano que tiene la mejor perspectiva.

A las catorce treinta el autobús nos deja frente a la esfinge, escultura de 20m de alto por 73m de largo, tallada sobre la roca. La nariz fue quebrantada por musulmanes radicales alrededor del año 1400. Su cuerpo estuvo largo tiempo enterrado. Algunos científicos opinan que la construyó Khefren, porque representa la cara de este faraón aunque el cuerpo sea el de un león pero la mayoría piensa que se levantó antes de las pirámides, con una cámara secreta en el fondo. Todos los arqueólogos coinciden en que es un símbolo solar.

Una hora más tarde visitamos la casa de los papiros, museo-tienda con auténticas obras de arte. Al parecer, los que venden en la calle están elaborados con la fibra de los plataneros, nada que ver con la planta del papiro que se cultiva en el delta del Nilo. Una joven universitaria (con velo) nos explicó el proceso de elaboración.

Tras diez horas de dura jornada turística regresamos al Marriott. A las siete, cena Thailandesa. Exquisita. Y a las diez, espectáculo nocturno de luz y sonido ante las pirámides: representación muy bien ambientada, con explicaciones interesantes sobre la historia de Egipto, aunque era algo más que suave la brisa que soplaba mientras escuchábamos a cielo raso la música y la narración. Los juegos de láser que iban iluminando las pirámides y la esfinge sobre el negro fondo de la noche nos transportaron a otra dimensión.

14 de abril, viernes: Ciudadela, Museo y... Noche Cairota

Hoy salimos a las 8 am, hora tardía para El Cairo, la mayor ciudad de Africa, fundada en el sitio de Babilonia, cerca de las ruinas de Memphis. Moderna urbe ubicada entre tres Continentes que contiene varias ciudades e incontables monumentos: pirámides, santuarios coptos, ciudadela y mezquitas de sultanes mamelucos y otomanos. Cinco mil años de cultura.

La mezquita de alabastro, construida por Mohammed Ali en 1830 sobre las ruinas de los edificios mamelucos derruidos tras la matanza que acabó con su poder en 1811, destaca en la fortaleza de Saladino (s.XII). Una enorme cúpula y dos minaretes otomanos de 84m completan esta estructura similar a la Mezquita Azul turca.

Nos descalzamos antes de entrar y nos sentamos sobre el alfombrado suelo alrededor de los guías, que actúan al modo de los maestros que quieren llamar la atención de sus discípulos explicándonos las características de la Sharia, su religioso código de vida: las cinco oraciones diarias, el mes del Ramadán en que sólo se puede comer por la noche, la limosna, la peregrinación a la Meca y la obediencia a los padres. Es la base del Corán. Hombres y mujeres rinden culto en lugares separados de la mezquita para concentrarse mejor en sus rezos.

A las once pasamos los controles del museo, edificio neoclásico diseñado por Marcel Dourgrion e inaugurado en 1902. En dos plantas de exposición se exhiben ciento veinte mil piezas de las distintas épocas ordenadas cronológicamente. La egiptología se inició en 1798, época de Napoleón, con los datos de los estudiosos y las reproducciones de la Piedra Roseta, descifrada por Champollión en 1822. Un hecho histórico.

En 1835 se creó el Servicio de Antigüedades para proteger monumentos y tesoros egipcios de la codicia local y extranjera. En un principio las piezas halladas se custodiaron en un pequeño edificio del centro y más tarde en la ciudadela de Saladino, pero con ocasión de la visita del emperador austríaco Maximiliano, Abbas Pasha, el gobernador de Egipto, le regaló toda la colección. Auguste Mariette dispuso otro en El Boulaq pero fue anegado en una inundación del Nilo. Lo rescatado se trasladó al palacio del Pasha Ismail, en Giza hasta 1902.

En 1922 el arqueológo británico Howard Carter descubrió la cámara funeraria de Tutankamon en el Valle de los Reyes, atiborrada de tesoros: asombran los más de cinco mil objetos hallados en la tumba, algunos de considerable tamaño: hay varios carros militares. Especial impacto nos causan la máscara policromada (11 kg de oro), iluminada tenuemente sobre fondo negro, y los sarcófagos también de oro macizo.

El museo está lleno de joyas arqueológicas que requieren su tiempo: momias, sarcófagos, esfinges, adornos, jeroglíficos... Amén de una serie de curiosidades, desde la ropa interior de la época hasta la Piedra Roseta (el original está en Londres) pasando por una escultura de Hatshepsut, la primera feminista de la historia.

Para asearse y tonificarse los egipcios mezclaban agua con sal de natrón, arena y pasta desengrasante. En la depilación, grasa de árbol e incienso de primera calidad, al que no debía de resistirse vello alguno. Pero el ingenio de las damas llegó más lejos: asistían a los banquetes adornadas con un cono de materia grasa y aromática bajo la peluca. La sustancia se derretía lentamente desprendiendo un embriagante perfume.

Motivo repetido son los barcos, relacionados al igual que en la cultura helénica con el viaje de los muertos por el gran río hasta alcanzar la otra orilla, el Más Allá.

Descubrimos que en este tour hemos seguido la historia cronológicamente al revés. Se debería haber iniciado en Memfis y Sakkara, primeros restos conocidos; luego, pirámides y esfinge (Imperio Medio); continuar por Tebas con los templos y monumentos del Imperio Nuevo, y de allí a Abu Simbel visitando posteriormente los templos de la era ptolemaica para finalizar en Philae, donde se esculpieron los últimos jeroglíficos conocidos.

Hay multitud de visitantes cuando a las 13h abandonamos el museo para ir a comer al lujoso barco Al Saraya.

Al oscurecer salimos del Marriott para una visita general en autobús. Es la Noche Cairota, programa especial. Nos impacta la Ciudad de los Muertos, verdadera metrópoli dentro de El Cairo. Se trata del cementerio más extenso del mundo, construido por los mamelucos y habitado por cerca de un millón de personas (aunque Ahmed nos dijera que son cincuenta mil refugiados) que viven en chabolas o dentro de los panteones. Calles oscuras y estrechas, tenuemente iluminadas. Sus pobladores ocupan las edificaciones del cementerio a las que anexionan unos precarios cobertizos, viviendo día y noche entre tumbas. En las paredes de sus entradas, sobre las lápidas con el nombre de la familia o propietario del espacio de enterramiento, se han fijado las chapas azules de numeración municipal para el servicio de correos. También hay talleres de mecánica y chapa.

Pasamos por el lugar donde asesinaron a Anwar el-Sadat (premio Nobel de la Paz) el 6 de octubre de 1981 en medio del desfile militar conmemorativo de la victoria sobre los israelíes en 1973. Al otro lado de la extensa avenida, enfrente de la gran tribuna han levantado una pequeña pirámide (símbolo de eternidad) en su honor.

A las siete pm nos entretenemos media hora en un centro comercial de seis plantas, mayor que Los Fresnos y más moderno diferenciándole su vigilancia extrema: los perros olfatean los maleteros y los agentes de la policía turística inspeccionan con espejos los bajos de los vehículos que acceden al parking . Hay escáner.

Camino del centro, gran atasco. Los cairotas regresan de su fin de semana. Es increíble que una metrópoli con dos millones de coches no tenga semáforos: cuatro en los cruces más problemáticos, con guardia al lado para que los conductores los respeten. Y parece que funciona: en los dos días que circulamos por esta gigantesca ciudad, sólo hemos visto un leve choque. La mayoría circulan sin seguro y hasta que no es noche cerrada no encienden las luces, dicen que para no deslumbrar a los que vienen de frente.

Pasadas las veinte horas entramos en el bazar Khan-el-Khalili. En prevención de atentados, los autobuses y coches de turistas paran lo necesario para que desciendan los viajeros y siguen a un aparcamiento para volver una hora después de acuerdo al horario rigurosamente controlado por la policía.

El Khalili es un inmenso zoco con miles de tiendas atestadas de mercancías multicolores, zapatillas, pañuelos, pipas de cristal, especias... Una multitud fluye por sus angostas callejuelas entre gritos de los vendedores y los de aviso de mozos que portan pesadas cargas. Parece imposible desplazarse en tal aglomeración, pero todo fluye y por si fuera poco en medio de semejante caos hay mesitas de forja y mármol en las puertas de los cafés con sus correspondientes sillas, tan cerca unas de otras que no es extraño que muchos se agobien.

Los guías nos invitan en El Fishawy, el café de los espejos, mundialmente famoso porque allí tomaba su té diario el escritor Nabil Mahfuz, premio Nobel de Literatura en 1988. El grupo busca espacio para acomodarse en torno a los taifores, mesas auxiliares de tapa circular de bronce repujado sobre las que nos sirven decenas de viejas teteras con oloroso té en su interior. Desconchadas, blancas o rojizas, unas decoradas con pinturas y otras con alambres para que no se les caigan las tapaderas. Vasos de hierbabuena y cuencos de azúcar hacen equilibrio al borde de las mesitas. Gozamos del entorno sin sentirnos oprimidos por la estrechez, admirando los artesonados y los numerosos espejos, en tallados marcos de madera oscura y vieja. Inigualable lugar.

Al entrar en el Marriott para nuestra última noche en Egipto nos llegan los olores de los kebak y otras carnes que se asan en la barbacoa de la terraza, instalada bajo una gran jaima decorada al gusto local. El ajardinado recinto está iluminado por guirnaldas de luces, predominando el rojo. Músicos árabes amenizan la velada.

Velada placentera en sillones de mimbre mientras contemplamos el regio edificio ideado por el Pasha Khedive Ismail en honor a la sin par Eugenia de Montijo que tantas pasiones levantaba por estos lares...

Ya en la habitación, nos asomamos a la terraza: la temperatura es agradable, brilla la luna y hay decenas de estrellas. Desde la planta veinte contemplamos por última vez las luces reflejadas en El Nilo. Final del sueño.

A las doce planchamos la oreja (otro dicho aprendido por el inefable Ahmed) no sin antes haberlo recogido todo: mañana es el regreso, una larga jornada que amanecerá el domingo en Asturias, tras doce horas de viaje.

15 de abril, sábado: El Cairo-Madrid-Asturias

Por ser el último día nos levantamos a las ocho y desayunamos como sultanes en el majestuoso salón Aida.

Pasamos la mañana en la zona del mercado de Khan el Khalili recorriendo sus calles de tiendas y vendedores entre una multitud de personas comprando. Descubrimos nuevos lugares grabándosenos bien la manera de ser de aquella gente y los olores a especias, te, café, perfumes y tabaco aromatizado, así como el colorido y el bullicio del ambiente que nos envuelve. Adquirimos los últimos recuerdos ya sin fuerzas para el regateo.

Esto está visto. Intercambio de tarjetas y emilios. Volvemos enriquecidos y con más amigos. Ahora se filtran los recuerdos y nos queda el profundo sabor, la esencia de un viaje por un país de ensueño, aunque en realidad haya otras cosas que la imaginación no pone. Hay otros mundos pero están en éste.

A las 13: 30 horas abandonamos este zoco colorista para encaminarnos al restaurante Imperial, un lujoso barco atracado en la ribera occidental. Comemos relajadamente en amplias mesas circulares y contemplamos luego desde la cubierta El Nilo por última vez. La ciudad es enorme, parece no tener límites.

En el aeropuesto, rapidez. Viso, muy eficiente, ha gestionado con los de Promo Trend Travel los trámites de aduana y embarque, y gracias al Dr.Medhat Hammam, general manager de Politours en Egipto, nos reservan las diez primeras filas de la aeronave de Air Memphis. Hasta la sobrecargo luce orgullosa el caballito.

Sobrevolamos El Cairo al anochecer de vuelta a Madrid. Al final de las cinco horas de vuelo se incrementan las visitas a los lavabos del avión, soportándonos todos mutuamente. El turismo también tiene estas cosas...

El bús nos va dejando cuando amanece el domingo 16 en Asturias. Mieres, Oviedo, Avilés y Gijón. Gracias, una más, a los coordinadores, y a la sabia prudencia del chófer de Pullmans Llaneza.

Ahora se valoran más los días pasados y el recuerdo hace mejor lo vivido. Sólo deseo haber sabido contarlo.

Hasta siempre, amigos.