CRÓNICAS 2006

ARGENTINA

Manuel Álvarez-Valdés Valdés

Amigo del Club de Viajes

La redacción de la crónica de cualquier viaje se puede concretar a hacer, simplemente, una hoja del itinerario seguido, o a reflejar, más bien, los sentimientos personales del “Cronista” ante las sucesivas situaciones, que es lo que aquí se pretende.

Ante todo, he de consignar, porque es de justicia, la buena organización que se va apreciando en todo momento, sin que se haya dejado nada a la improvisación. Nuestro agradecimiento a José Antonio Viso y a Julián Martín. Es de destacar especialmente la eficiencia en el manejo de los voluminosos equipajes, sin motivar reparo alguno.

Parece que el viaje a la Argentina está de moda esta temporada, pues bastantes amigos y conocidos nos ponderaron previamente las maravillas que íbamos a ver, hasta el extremo que el contraste con la realidad ha sido, al principio, poco satisfactorio. Desde que se deja el aeropuerto de Buenos Aires, entra por los ojos la suciedad que aparece en todas partes: en las calles, en las aceras (que tienen un abandono de lustros), en los jardines (por contraste con la belleza del arbolado abundante y muy verde en este final de primavera); esto ocurre en el centro mismo de Buenos Aires y no digamos en los abundantes barrios pobres, y en otros lugares como la población de USHUAIA. Igual ocurre con la pésima conservación de los edificios, en la vejez de la flota de automóviles, autobuses y camiones.

No dejar constancia de lo que antecede sería faltar a la mínima sinceridad exigible en un cronista veraz, aunque la sensación se mitiga, al final del viaje, al volver de nuevo a Buenos Aires, y recorrer su parte Norte; Retiro, Palermo, Recoleta, con edificación mucho mejor, en algunos casos admirable, que nos quitó el mal sabor de boca de entrada, con jardines preciosos de maravilloso arbolado entre los que destaca el “árbol del paraíso”, y la rosaleda. Referencia obligada es la del cementerio de la Recoleta, tan famoso como puede ser el del Père — Lachaise, de París, con panteones suntuosos, innumerables estatuas de políticos, militares, familias patricias, dedicatorias emotivas:

“A nuestro querido Oscarcito...”

Dejando atrás conceptos tan importantes, se debe hacer referencia al buen trazado y amplitud de la trama urbana de las vías de circulación, lo imponente de obelisco de la avenida de 9 de Julio, en la que se podría concretar el sentimiento patriótico de esta república desde su nacimiento en los albores del siglo XIX, y que hoy día continúa manifestándose en todas las ocasiones a que hay lugar. Son incontables las estatuas que se encuentran, lo que supone el respeto que inspira la historia al pueblo bonaerense.

La visita a la Plaza de Mayo la pudimos realizar al segundo intento, pues el primero encontró cortado el paso por la organización de una manifestación de gays y lesbianas; se ve que en todas partes cuecen habas (¡y en mi casa a calderadas!). Escenario de protestas ciudadanas bien respetables (las madres de la Plaza de Mayo), contrastan los colores respectivos de la Casa Rosada, palacio oficial del gobierno, el blanco del edificio colonial hoy Ayuntamiento, y el ocre de la Catedral, del siglo XIX y con diseño clasicista. Impresiona en su interior la grandeza más que majestuosa del sepulcro del Libertador, general José de San Martín, custodiado por números uniformados de la Milicia Nacional, con diseño parecido al estilo imperio napoleónico, que contrasta con la humildad de una capillita -me refiero a las urnas portátiles que hasta hace años visitaban en España las casas de los devotos- , en la que figura una imagen ingenua de San Roque González, con el mate tradicional en la mano..

En el barrio de San Telmo vemos el espectáculo del surtido mercadillo -mejor sería decir mercadón- de antigüedades, donde hay, para su venta, miles de objetos viejos que, desechados de las casas donde estuvieron largos años, están en disposición de prestar personalidad propia a sus nuevos destinos; sucesivo reciclaje en que salen ganando vendedores y compradores, amenizado con bailes callejeros de tangos, en los que los bailarines profesionales provocan a visitantes de ambos sexos, para “marcarse” unas piezas, que siempre encuentran pareja....

A mi juicio, lo más llamativo en el barrio de La Boca es “Caminito”, en donde las dos largas calles que, con otra mucho más corta, componen, sin proponérselo, un raro triángulo isósceles, constituyen un lugar pletórico de colorido; el de las pinturas plásticas de las fachadas de las casas, a cuyos balcones se asoman figuras de escayola unas, y otras de carne y hueso (son los divertidos visitantes); pero también el de los cuadros ingenuos, realistas, pintados sobre cartones, a veces ondulados, para imitar los tejados de las casas, que aparecen con los mismos colores de los de verdad; al lado de óleos, acuarelas..., muy apreciables, que llaman nuestra atención; baratijas, imágenes religiosas, de animales, objetos de artesanía, capas, ponchos, sombreros, y bares para comer o tomar copas en plena calle, donde de nuevo bailarinas y bailarines con trajes bien ceñidos, se ofrecen a los presentes como parejas de tango, que bailan aquéllos con concentrada seriedad. Es éste un rincón animado, alegre y tranquilo a la vez, que se abandona con ánimo satisfecho y que se recuerda con nostalgia.

La estancia de dos días en FOZ DE IGUAZÚ, en la frontera entre Argentina y Brasil es memorable, por la admiración que produce el Parque Natural del Iguazú, en el que no se sabe qué admirar más: si la espléndida belleza de su naturaleza, que haría palidecer de envidia el verdor del campo en Asturias, o Galicia, con su lujuriante vegetación; o la grandiosidad de las cataratas del Iguazú, que disfrutamos tras caminar por el parque a pie y en un diminuto ferrocarril, tanto desde el lado brasileño, como desde el argentino, desde miradores salpicados por la lluvia fina producida al precipitarse el agua en sus diversas caídas, que la configuran como un salto natural, y en donde el visitante estaría muy a gusto horas y horas contemplando las formas que la abundancia de agua nos hace aparecer como sólidas y cambiantes al mismo tiempo. Los más valientes se atrevieron a navegar en canoa por la cara interior del salto, en donde la abundancia y fuerza de las aguas les impidió abrir los ojos.

En la FOZ DE IGUAZÚ se nos ofreció un espectáculo arrevistado de bailes brasileños, por una compañía dotada de tantos bailarines negros o mestizos que no cabían en el estrecho escenario, problema que se agudizaba por los enormes cancanes y polisones que, en variedad notable, exhibían las danzarinas. Con un ruido atronador producido por una pequeña orquesta cuyas voces tropicales amplificaba un equipo de megafonía puesto al máximo, aquellos figurantes bailaban y bailaban sin parar durante horas y horas con la sonrisa en los labios, jaleados por un “moreno’, que no se cansaba de pedir al público aplausos y más aplausos a lo largo de lo que, durante casi todo ese tiempo, se presentía paradójicamente como una serie sucesiva de apoteosis finales. Los requerimientos solicitados del público para subir al escenario fueron atendidos con escasez por un auditorio más bien reservón y no demasiado bailón.

Tras una interminable jornada por los aires, desde los calores subtropicales de Iguazú hasta los fríos australes de la Tierra de Fuego, llegamos a la ciudad de USUAIA, que pasa por ser la argentina más meridional del continente, en donde lo muy notable fue, a mi juicio, la navegación por el canal de Beagle en catamarán, por aguas fronterizas de Argentina y Chile, hasta el llamado Faro del Fin del Mundo, con proximidad a las islas de los Lobos (marinos) y de los pájaros (carmoranes), que contemplamos en pacífica convivencia entre ellos, espectáculo interesante en que se simultanea la libertad en que ocupan las islas con la contradictoria cautividad de impedirles las aguas emigrar a otros lugares. El frío y el viento, ya anunciados por organizadores y anteriores visitantes, no hizo mella en los abrigados -hasta los ojos- expedicionarios, bien pertrechados de gorros, cazadoras y pantalones para la nieve, que, por cierto, hizo su presencia breves momentos, fueron la tónica climatológica del primer día, en que se visitaron los Museos del Fin del Mundo, con información abundante sobre la región, y el existente en la antigua prisión, que está ambientado con figuras de escayola de presos demacrados con trajes a rayas, y de carceleros severísimos. Esta prisión sirvió para condenados muy peligrosos, reincidentes y reiterantes, que padecían -según se ve- hasta grilletes sujetos a los tobillos, con una cadena que arrastraba una bola de hierro; y esto en pleno siglo XIX, de forma que nos equivocábamos los que creíamos que esas bolas sólo existían en los chistes del semanario humorístico “La Codorniz’. Otra jornada se dedicó a visitar el Parque Natural del Fin del Mundo, en el que llaman la atención los troncos de los árboles serrados por los presos que, por su buen comportamiento previo, eran invitados a redimir penas por el trabajo. La madera se dedicaba a producir calor y gas, y para llegar a lo que hoy es Parque Natural, con árboles llamados de “lengas”, casi exclusivamente, se trasladaban en unas plataformas arrastradas por un tren, vigilados por carceleros armados con fusiles, para evitar fugas, que, no obstante, se produjeron. En algunas cuestas arriba que la “vaporeta” no lograba remontar, los reclusos tenían que empujarla, con un esfuerzo sobrehumano. La prisión, en la que también hubo presos políticos -es de suponer que sin los citados grilletes-, se cerró en 1947, y el viejo ferrocarril de plataformas se ha transformado en un cómodo tren “botijo”, pintado de rojo, que destaca en el paisaje verde y gris del bosque, atravesado por un río alimentado por el manantial “Macarena”, a cuyas fuentes ascendimos para contemplar un paisaje risueño. ¡Pobres presos...!

Trasladados en avión a Trelew estuvimos alojados dos noches en un hotel tercermundista, que nuestro grupo padeció con estoicismo que dejó atónita a la propia organización. Se dedicó el día, soleado y con brisa no molesta, a visitar la península de Valdés. Aquí hicimos muchos kilómetros por carreteras de “ripia”, o sea de tierra, para ver, al pasar, algunos guanacos y ñandús, pero no vimos las “cantidades descomunales de especies animales”, que anuncia la pág. 33 del programa del viaje. Sí contemplamos, en cambio, una especie de fardos inmóviles que se nos dijo que eran elefantes marinos, y una atractiva colonia de pingüinos en Caleta Valdés, de maravillosas aguas verdes.

No obstante, la expedición de ese día se salvó con el interesante espectáculo de la contemplación de las ballenas y sus crías, desde una embarcación, que resultó emocionante y del agrado general. Esta bien trazado y dispuesto el moderno Centro de Interpretación de Especies Marinas, en pleno campo, donde pudimos contemplar, entre otros objetos curiosos, el esqueleto completo de una ballena de 11 metros, en la que todo -boca, lomo, cola, etc.- es enorme, menos, por contraste, sus ojos minúsculos, casi increíbles. Me produjo alegría saber que el nombre de la Península fue impuesto en el siglo XVIII por la famosa expedición de Malaspina en honor del Ministro de Marina, Antonio Valdés, buen amigo de Jovellanos, y que buscó la financiación para el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, de Gijón, del que éste escribió en su Diario: “¡Que gran hombre este don Antonio Valdés!”

En EL CALAFATE se dedicaron dos días a contemplar, mediante expediciones en autobús y catamarán, los glaciares de Perito Moreno, Spegazzini y Upsala y bahía Onelli, cuya descripción es imposible hacer: hay que verlos, y sólo así se alcanza a captar la belleza de estos paisajes que pregonan el contraste entre la grandeza de la Creación y la pequeñez de los que nos creemos reyes de la misma. Esto da mucho que pensar. Disfrutamos de un día soleado y frío a bordo, en el que hubo también una caminata a pie para ver un lago, cubierto de grandes témpanos de hielo.

Desde El Calafate, contemplando una vegetación casi inexistente a causa del fuerte viento, y viendo a lo lejos el precioso Lago Argentino, llegamos a la estancia del “Galpón del Glaciar”, donde contemplamos unas demostraciones de esquila de la lana de las ovejas y de destreza de perros ovejeros. Mientras los más prudentes dábamos una caminata en medio de un viento polar, algunos pocos, amantes de la aventura, dieron una cabalgada a caballo, seguido todo de la degustación del enésimo cordero y -lo que más nos gustó- una exhibición de bailes de la Patagonia y de tangos, a cargo de una pareja joven y guapa, que posó después con algunos viajeros en posturas atrevidas que servirán para deslumbrar a los amigos que no vinieron en este viaje. De vuelta a El Calafate, recorrimos la ciudad, mucho mejor que Upsuaia, hasta la hora de tomar el avión para volver a Buenos Aires, en donde vimos un espectáculo en Madero Tango, con un buen cuadro de bailarines y un cantante más bien malo. El Centro Asturiano de Buenos Aires nos recibió en su Quinta de Olivos y en el domicilio social de la capital. En ambos sitios el presidente, don José Luis Nespral Tirador, natural de Coya (Infiesto), fue un dechado de amabilidad y, después de que cantáramos todos “Asturias, patria querida”, se arrancó él solo con tres asturianadas de “El Presi”, que llegaron a emocionamos.

En los días 8 y 9 (libres) hubo ocasión de hacer muchas compras en los grandes almacenes que hay en la capital, así como en pequeñas “boutiques”, compras que hicieron las delicias de las señoras. También se pudo ver la Iglesia del Pilar, al lado del cementerio de Recoleta, y tomar el aperitivo o comer en el suntuoso Hotel Alvear, para tratar de probar la cocina internacional. El calor reinante nos obligaba a beber constantemente agua, un vino blanco argentino muy rico, y cerveza también del país, algo más ligera que la que solemos beber aquí.

Algunos visitaron la exposición de pinturas asturianas o el Museo Nacional de Bellas Artes, en donde hay, además de las dedicadas al arte nacional, 22 salas destinadas a pintura europea, dignas de ser recorridas, en las que se exhiben un greco, varios goyas (parecidos a los de la colección del marqués de la Romana, en Madrid, y lo que puede ser un boceto de “Los fusilamientos del 2 de Mayo”), un zurbarán, varios impresionistas franceses, etc. Este Museo, en cuya creación y ampliación tuvo parte muy importante el Mecenazgo, nos da idea del elevado nivel cultural y de la generosidad -en algunos casos- de las clases argentinas más pudientes, en la primera parte del siglo XX. Mención especial también merece el Teatro Colón de ópera y ballet, en restauración, de impresionante grandeza, que se pudo visitar por dentro.

Y tras realizar compras y más compras -hasta de libros españoles en alguna librería viejo- emprendimos el regreso a España, encantados con hospitalaria amabilidad de los argentinos, y con la larga “excursión” realizada. El lunes 11 de diciembre, a las 9 de la mañana, aterrizábamos en Barajas, cansados, pero contentos, tras 13 horas de viaje.