Ricardo González Gutiérrez Hermano de nuestro compañero jubilado Juan Carlos González |
Iniciamos el viaje a primera hora de la mañana, siendo recibidos a pie de autobús por los organizadores del Club de Viajes de la Hermandad de Empleados de la C.A.A.”.
Es la tercera vez que tengo el placer de viajar con ellos y, siendo absolutamente sincero, he de decir que cada vez me he enriquecido un poco más en lo humano, y regreso con un poco más de cultura añadida en la mochila.
Ahora que el mundo está revuelto con guerras en el Oriente Medio, atentados indiscriminados, maremotos y terremotos en Asia; hambrunas y sida en África y terrorismo tanto interior - ahora solamente en España, tras el desarme del IRA - como exterior en América y Europa, a cargo de la Yihad Islámica, cada vez hemos de ser más solidarios y convivir más, porque nuestro destino es común y, por ello, debemos aplaudir esta iniciativa del Club de Viajes de la Hermandad de Empleados de la C.A.A., que fomenta y cultiva estos valores, que son la antítesis del egoísmo en todas sus facetas.
***************************
Cuando llegamos a la Meseta, de repente se descorrió una cortina de luminosidad y un sol madrugador amenazaba con acompañarnos todo el día.
Después de una breve parada en Astorga para contemplar dos de las obras más emblemáticas de Gaudí, nos adentramos en la Comarca del Bierzo, zona próspera y desarrollada de la provincia del León, preferentemente debido a la explotación de la pizarra y al cultivo de la vid.
Llegamos a nuestro destino, Las Médulas -minas de hierro-, lugar rico en árboles frutales, vino y castaños, que fue explotado durante doscientos años -hacia el Siglo II- por los romanos, siendo trabajadores los lugareños, en régimen de semiesclavitud, a cambio de que les permitiesen cultivar los terrenos.
Visitamos “La Cuevona” y “La Encantada” en su base, mientras que los más intrépidos y mejor preparados físicamente se adentraron y elevaron por las rampas y galerías hasta alcanzar los pináculos, de donde parece que sólo se puede salir a través de las estrellas.
Llegó la hora de reponer fuerzas y nos acercamos a Villafranca donde, una vez acomodados, en pocos minutos las mesas del restaurante se llenaron de suculentos platos como sí emuláramos un banquete romano, puro colesterol en vena. Si alguien llegó al final de la degustación imagino que no habrá tenido muy buena digestión.
Villafranca es rica en arte y, a media tarde, nuestra amable guía nos acompañó a visitar algunos de los muchos monumentos tales como la Colegiata de Santa María o la Iglesia de Santiago, pasando por la Calle del Agua -que alberga casas solariegas con fachadas blasonadas- y la Calle de los Poetas.
Por su parte, el sol cumplió su amenaza y nos acompañó implacable durante todo el día.
Alguno de los místicos escribió: “Sin el amor que aguanta, la soledad del ermitaño espanta, pero es más espantosa todavía la soledad estando en compañía”. Espero que nadie se haya sentido solo y, como decía al principio, que todos nos hayamos enriquecido en lo humano.
Nuestra región nos recibió con el mismo cielo plomizo con que nos había despedido.