Pilar Nereida Cuenco González Esposa de nuestro compañero Valentín Rubio, de la Oficina de Arriondas. |
Mañana del sábado 16 de Julio, amanece un día espléndido, y apenas si puedo cerrar la maleta, no tanto por la ropa que lleva, como por la carga de ilusión que hace sea imposible casi cerrarla… Y es que pensar que en breves momentos volaría hacia un destino soñado y deseado desde la niñez, hace que me sienta realmente feliz.
Así es que casi en un suspiro aterrizamos en la bella ciudad de Munich, donde ya podemos comprobar la eficacia de los bávaros, puesto que la recogida de maletas casi se hace a la par que la llegada al aeropuerto. Isaac, nuestro guía alicantino nos esperaba, y nos acompañaría durante todo el trayecto y duración del viaje. Ya en ruta hacia el hotel, situado a unos 30 kilómetros, tomamos el primer contacto con la ciudad y después de la cena la primera tertulia con nuestros compañeros en el bar del hotel y ¡como no! el primer contacto en vivo con una auténtica y pura cerveza alemana.
Despertamos el domingo 17, el día soleado que no prometía acompañarnos , pero que, casi fue el preludio de todo el viaje. Como iba diciendo, nos levantamos, desayunamos (no todo lo bien que hubiésemos querido); y ya en el autobús, por cierto,¡ como si llevásemos a Asturias a cuestas!, con nuestro auténtico logotipo y un chofer estupendo, asturiano él, con un apellido muy autóctono: Valdés. Con todo ello, rumbo a Munich, capital de Baviera y feudo de Federico Barbarroja.
Realizamos una visita panorámica de la ciudad de la mano de Leila, una voz que sonaba clara y fuerte. Y con ella a los bellos jardines de Shloss Nymphemburg (donde los patos no entienden de turistas y hacen tranquilamente su nido), el ayuntamiento y su Glockenspiel, la elegante Maximilianstrabe, la zona de Maxvorstadt, con sus museos; las Pinacotecas, especialmente la de arte moderno, inaugurada en el 2002, el Deutches Museum (templo de tecnología punta), el Área Olímpica, la Marienplatz, corazón de la ciudad que alberga el famoso carillón, y para sorpresa de todos, ¡un montón de leones! ¿Cuántos?,..,pues es una pena no haberlos contado, porque en un futuro viaje posiblemente ya no estén. Pero quedarán los mosquitos que a alguno le dieron un pequeño susto. Pero continuemos…,comida típica en Ratskeller, con sus bellos rincones y los más intrépidos en el Karussel, mesa redonda de difícil acceso, especialmente para los camareros.
Llega la tarde-noche y cena típica bávara (rosquillas de pan salado, salchichas, codillo…, litros de cerveza…), espectáculo, buen baile de alguno de nuestros compañeros, y actuación coral entonando el “Asturias patria querida”. Quedaron anonadados, y los japoneses más aún. Nos despedimos de esta preciosa ciudad con un paseo por sus calles de noche y alegrándonos de haber sobrevivido a las silenciosas bicicletas y al tranvía.
Un nuevo día, lunes. Salimos para el sur de Baviera rumbo a Innsbruck. Visitamos el precioso pueblo de Oberahaargau, pintoresco y nunca mejor dicho, ya que sus casas están pintadas con diferentes motivos de escenas populares, cuentos, representaciones religiosas, alguna que otra compra y salida para Füssen, allí comemos el típico menú, salchichas y cerveza y nos dirigimos al castillo de Neuschwanstein, habitado en su momento y por poco tiempo por el rey Luis II.
Cabe destacar la celeridad de los conductores (al sabernos asturianos querían emular a nuestro famoso corredor de formula uno), y la tremenda tormenta que cayó mientras contemplábamos salones espectaculares y subíamos y bajábamos 361 escalones que comunicaban unos aposentos con otros; para posteriormente dirigirnos monte abajo, así ”bajar” las salchichas y coger de nuevo nuestro autobús. Salvados por algún “manitu”, invocado por alguien, porque en el descenso no cayó ni una gota.
Con todo, llegamos a la ciudad de Innsbruck, denominada así por el bonito río con cambios de color y el puente o puentes que lo cruzan.
Cena, visita mojada a los alrededores y tertulia en el bar.
¡Nos encanta madrugar!, así sacaremos el mayor provecho del martes, día 19,.. Y es que el tiempo es oro, tal como “tejadito de oro”, icono de la ciudad. … Pero vayamos por partes y con un poco de orden. Bien desayunados, realizamos una visita panorámica de la ciudad, con su bien merecido título de capital imperial del Tirol, siempre acompañados por un guía local, en este caso por Hoffman, profesor, que en su tiempo libre impartía docencia informativa a los turistas. Visitamos el estadio de saltos Bergisel, con su trampolín de 47m., la abadia de Wilten, el centro histórico, callejuelas medievales, el balcón con el tejadito de oro y la catedral de St. Jacob, en la que parece hay un gallo desaparecido; ¿lo encontrasteis?.
Bien, el gallo no aparece, -estará por las alturas. Y nos dirigimos al mundo de cristal de Swarovski, que a sabiendas de ser una familia muy pudiente, sabe incrementar sus arcas. Eso si… da trabajo a 25.000 personas.
Cenamos un poco acelerados, ya que nos espera un espectáculo tirolés, por cierto, bastante “completo”, pero con alguna que otra rareza, como una mujer dando mugidos y un chaval asturiano bailando salsa,… pero así son los austriacos.
Y en cuestión de momentos traslado al Caribe, porque aparte del brasileño, la bebida triunfante de la noche no fue la cerveza, sino el mojito¡ pura multiculturalidad!.
Todo sirve como antídoto para el Föehn, aire que les llega del Mediterráneo y que sirve de atenuante en caso de divorcio, ya que altera el carácter.
En fin, después de tanto ajetreo, bien viene un descanso, que al día siguiente cantará el gallo (no el de St. Jacob), a las 6 y media.
Nos despedimos el miércoles, día 20 de Innsbruck para gozar de la panorámica más grandiosa. Eran los cuentos trasladados a la realidad: tonalidades de verdes, alerces que salían de las entrañas de los valles y casi tocaban las nubes, casitas donde la fantasía de sus tallas y colorido, aún hacían sentirnos más vivos, porque había algo capaz de sorprendernos; bellísimo paisaje para quedar grabado en una cámara o… mejor aún… en el alma.
Y… aunque acostumbrados al verdor de nuestro paisaje, (un compañero apuntó, con sabiduría, que habían hecho una industria de sus bellos paisajes y nosotros terminamos con nuestros bellos paisajes a causa de la industria), ríos, cascadas, agua, alguna persona se llevó una buena mojadura por no atender los consejos del guía, chubasquero, o por la osadía de acercarse demasiado a las cataratas de Krihmler. Pero eso no fue obstáculo para llegar a Salzburgo sobre las 15h., darnos la satisfacción de comer y pasear conducidos por Esperanza por el palacio y jardines de Mirabell, casco viejo de la ciudad, observando sus bonitas calles, catedral, pasadizos medievales de plaza a plaza, y sobre todo respirar el mundo de la música y la cultura barroca.
Todo envolvía las obras de Mozart y la vista se nos escapaba hacia los otros “mozarts de chocolate”, y dulces.
Diferente ciudad de estructura inspirada en el barroco y con grandes matices medievales, donde la política y la religión se unieron al unísono, siendo gobernada por Príncipes- Obispos. El simple paseo al atardecer en busca de tranquilidad te acerca al cementerio, y es allí donde la familia más cercana de Mozart comparte paz y reposo, con transeúntes.
Un día más, jueves 21. De nuevo en ruta para visitar uno de los palacios más hermosos, el Herrenchiemsee, en la isla de Herreninsel, la más grande de las situadas en el lago Chiemsee, con una temperatura del agua de unos 24 grados y una profundidad de 73 m. Minutos antes de embarcar hacia el palacio, pudimos ver alejarse al último tranvía a vapor en el mundo. Y envueltos en nubes y agua, nos encontramos en el espléndido palacio, ejemplo del palacio de Versalles, pero que supera a éste en esplendor y belleza.
Ya de nuevo en Salzburgo, un buen café y helado acompañado de un vaso de agua, (que hasta que no consumimos el último trago, no llega la cuenta), en la Philarmoniche gasse.
Y una última ojeada a alguna de las iglesias aún no visitadas donde la mezcla de estilos arquitectónicos se confunden, románico, gótico, barroco, y no deja de sorprendernos ese esmerado cuidado de obras de tanto valor.
Destaca de los Salzbuergueses su religiosidad y espíritu disciplinado que a veces raya con lo cuadriculado. Ejemplo de ello, es que viajando en transporte público, siendo tu parada la última del recorrido, y siendo los únicos viajeros desde las tres últimas, estando de pie en la puerta para salir, pues si no pulsas el timbre, allí permaneces. Con sorpresa, alguien nos índica que sólo atienden a lo que tienen procesado y no dejan espacio para la espontaneidad (tan típica en nuestro carácter). Y no digamos sí para facilitar un cambio, acompañas al billete con alguna moneda para “redondear” ¡imposible!.
Despedimos Salzburgo con unos “cubatas”, y sin lugar a duda observamos que cuidan al turista con “medida“ y siempre evitan que logremos rozar lo ebrio.
El tiempo nos sigue siendo favorable y los días los aprovechamos con puntualidad prusiana. Ya de viernes recorremos la región de los grandes lagos en dirección a Viena. Preciosos pueblos como Traunkirchen con su pintoresca iglesia en un atolón o St.Wolfgang
En ruta, obras en la carretera pero que con humor nos hacen resignarnos.
Empiezan las obras con la señal simbólica seria y terminan con el símbolo ☺.
Ya en Viena, tour en autobús. Concierto en el palacio de la bolsa (no era la orquesta Filarmónica de Viena, pero se dejaba escuchar).
Llega la tarde – noche y nos vamos de cena a la zona del Grinzing, allí en un restaurante típico degustamos una exquisita comida vienesa (Bach Hengl). Y demostramos una vez más, que aunque estemos en el país de la música, los asturianos no nos quedamos atrás.
Llega un nuevo día, sábado, visitamos la ciudad y nos desplazamos al palacio de Schönbrunn, bellísimo y grandiosos jardines. Allí paseó Sissi sus rotas ilusiones, para hacer más llevadero el protocolo de palacio, envolviéndonos en un mundo de ensueño.
Los paseos por calles y plazas. Toda Viena un monumento. Catedral de S. Esteban, iglesia de S. Carlos Borromeo, iglesia Votiva, la Opera, el Ayuntamiento, el Parlamento, la calle Graven, palacio Belvedere. Tomamos fuerza con un café en Landman y una tarta en Sacher. Y entre hueco y hueco asoma el recuerdo de una guerra que la dejó muy herida, pero que supo remontar, con los mitos que ya tenía creados: música de Mozart y Strauss, psicoanálisis con Freud, literatos y humanistas como Goethe.
Y el tranvía sigue recorriendo las calles, en cada marquesina verde-oro, una parada…
El viaje va tocando a su fin, pero aún queda algo para recordar; atravesamos, el domingo, el cordón de bosques que rodean Viena hasta llegar a la comarca del exquisito licor “marille” (de albaricoque), rico y próspero valle del Danubio (Wachon), allí está situada la abadía de Melk, que recibe su nombre del mismo río y significa aguas tranquilas, y de la que se puede ver una espléndida panorámica y el río Danubio a lo lejos. Destaca la impresionante biblioteca, que sirvió de escenario a la célebre película “el nombre de la rosa”.
Las campanas repican a las tres todos los viernes, al igual que en todas las abadías e iglesias, dando muestras de la enorme religiosidad del pueblo austriaco, y como homenaje a la hora y día en que murió Jesucristo.
Nos acercamos al Danubio, que no parece tan azul, pero algún que otro enamorado lo verá del color que quieran indicarle. El barco nos llevará en un crucero de unos 35 km., desde Melk hasta Krems, y ya de vuelta parada en Dürnstein, donde se pueden ver las ruinas del castillo, alli permaneció prisionero, durante 4 meses, Ricardo Corazón de León.
Desde el barco se divisó el pueblo de Willendorf, morada de la Venus del mismo nombre y diosa de la fertilidad, con una edad aproximada de 22.000 años.
Ya de regreso a Viena aún queda tiempo para un paseo, una visita al mercado y un último brindis. Pero no será el de despedida, siempre queda el ¡hasta pronto!
Destacaría que al igual que vimos preciosos paisajes, de gran belleza han sido los ”paisanajes” que formaban el grupo: compartir sensaciones, puntualidad, conversaciones, cantos, brindis, bailes; en definitiva, viajar con gente así, es en gran medida el éxito… llevar a buen puerto todas las expectativas con creces. Y es meritorio, el buen hacer de gente tan implicada, que organiza, informa, riñe y se preocupa de que todo salga bien. El saber estar de todo el colectivo y en definitiva el haber dejado el listón bien alto allá donde el grupo va.